“Cena al desnudo”, decía en el aviso, “¡Incluye postre! ¡Ja! En otra situación no lo hubiera ni pensado, pero un amigo me invitó y pensé ¿por qué no? Mi curiosidad ganó. Alejé ese fastidioso miedo reflejado en las cosquillas de mi estómago. Acepté.
Ese sábado llegué tarde a la cita, era en un restaurante en un barrio bohemio de Bogotá, esa noche no estaba abierto a todo público. Al entrar una bolsita para guardar la ropa y listo: todos desnudos, rápidamente a la “acción”.
Había unas 20 personas, charlando porque la cena ya había terminado… y ahí estaba yo de pie, con mi cuerpo desnudo y en la mano un cojín que me dieron para no sentir el frío de los muebles… Al mirarme, un silencio corto, incómodo se apoderó del lugar, pero los halagos salieron de las bocas desconocidas hacia mi cuerpo, me hicieron sentir cómoda, mis brazos se desplegaron dejando mis pezones percibir las vibraciones del lugar.
Comencé a integrarme a las efímeras conversaciones, me sorprendió la seguridad de las personas que mostraban su cuerpo sin ningún pudor, sin ataduras, con su imperfección tan sensual, tan excitante.
Algunos tragos amenizaron la noche y la presentación de una cosa japonesa. Interesante, nada impactante.
En el aviso resaltaba no ser un sitio para encuentros sexuales, y ellos ratificaban, que esos eventos eran para estar desnudos, quitarse las máscaras, ser libres y poder compartir con personas que pensaran similar.
Lo mejor de aquella noche fue el hombre que me miraba sin ningún disimulo, no pude evitar recorrer todo su cuerpo con mis ojos. Sus brazos torneados, sus pectorales firmes, inabarcables “¡Oh por Dios!”, pensé, mi fetiche representado de una manera tan deliciosa. Se acercó, sus palabras me envolvieron y yo terminé soltando mi teléfono, sin importar que en tres días me iba del país. Me preguntaba: ¿Qué mujer mayor de 30 y soltera no lo haría?
Hablamos al siguiente día y tuvimos una conversación caliente por chat que casi no me deja dormir esa noche, la imagen de su pene me dejó mojada y con unas ganas insaciables de tenerlo entre mis piernas. Nos vimos el día después, ¡por supuesto!
El momento llegó y yo no podía dejar de sentir cosquillas en el estómago… en el vientre, esas que se confunden entre el miedo y la emoción. Llegué a su apartamento, me saludó con un beso que apenas rosó mis labios, hablamos un rato en la sala, su apartamento estaba perfectamente organizado, la verdad no esperaba menos para un hombre que en sus casi 40 vive solo en un muy buen lugar de la ciudad.
Luego me invitó a bañarme. Al comienzo nada de nada “en qué momento comenzamos”, pensé. Él mientras tanto me enjabonada, agua tibia corría por mi vientre hambriento y nada. Me lancé como gato en celo a morder su espalda. ¡Por Dios este hombre es un manjar para mí! Pasé saliva. “¿Y esos mordiscos?”, me preguntó. Mi respuesta de rodillas: mis labios y mi lengua abrazando su pene, él solo me dijo: “no olvides subir la telita”, ¡Oh su sabor…era mejor de lo que imaginaba! Su verga gruesa llenaba toda mi boca, estaba muy dura y yo enloquecida la chupaba, la sacaba de mi boca y seguía con mi mano moviendo de arriba hacia abajo mientras mi saliva emparamaba sus genitales, él gemía de placer, pero me detuvo con la excusa del frío, me invitó a su cama, mis pezones accedieron, rígidos y no por frío sino por excitación. Pasamos a su cama, allí a media luz se abalanzó sobre mí, él quería tener el poder y yo me abrí por completo, comenzó a besarme y a tocarme toda.
Tierno, salvaje…Eso me gustó… Ya que aunque sabíamos que no nos íbamos a volver a ver, hizo que nuestro momento fuera especial, me hizo suya de mil formas, unas que no conocía, varias veces, descansábamos y seguíamos, bañados en sudor y otros fluidos excitantes, él me preguntaba qué más quería y yo pensaba, qué podría querer más. Por Dios, me hizo venir 4 veces en nuestro primer y único encuentro.
No sé si les pasa, pero las primeras veces no siempre son lo mejor, pero con este no era necesario una segunda para ratificar. A este hombre lo llamaré “El desnudo” de los mejores polvos en mi vida. Lo juro. Ese que te une a un extraño, fuimos uno sin necesidad de amor.
Me gustó verlo cruzar por mi camino, y quién iba a pensar que en el aviso de la cena al desnudo, sin sexo, conocería uno de los mejores sexos de mi existencia. “Cena al desnudo”, una experiencia que activó mis sentidos.
Vale la pena que lo intenten.
¡Esta vez la curiosidad se llenó de satisfacción!