Recién llegaba a su trabajo –su lugar menos preferido– dispuesta… regañadientes, iniciar un nuevo día con la frase que se decía cada mañana (convencida de no lograr un gran efecto): “A cazar leones”. Apenas se acomodaba en su escritorio cuando escuchó su Smartphone repicar, con aquel sonido especial configurado solo para él. Hacia sólo un par de horas lo había visto reposar sobre su cama, disfrutando de su más profundo sueño, el cual solo lograba a esa hora de la mañana.
Lo primero que observa al abrir la conversación es ese emoticón morado con forma de diablo y mirada traviesa –no pudo evitar esbozar una sonrisa al premeditar lo que sería el contenido de la charla en los próximos minutos con ese hombre depravado al que amaba y deseaba.
– Tenía que aprovechar el calambre, fueron sus primeras palabras.
– Jajajaja (diablito morado). Fue la respuesta más espontánea de ella.
Empezaron a llegar imágenes lentamente (ya casi no tenía datos). La primera evidenciaba cómo a través de la pantaloneta de dormir se abultaba una verga -tensionando la tela-, deseosa de salir de su prisión en busca de caricias.
La segunda fotografía fue un poco más explícita, el glande orondo y carmesí afloraba fuera del bóxer, exponiendo en su cúspide aquella viscosidad transparente y ligera; previa de lo que se avecina… Con sólo esas dos imágenes ella ya no podía contener su agitada respiración, sus pechos se enardecieron, subían y bajaban aceleradamente, esas enormes y firmes mamas ya no lograban ser contenidas por el sostén. -Tenía que dejar de mirar.
Se levantó sin prisa (pues aún no había clientes en la oficina), mientras caminaba apretaba su oquedad rítmicamente, casi palpitaba, sentía la humedad descender por su concavidad hasta mancillar la ropa interior negra que llevaba; se detuvo a respirar y se dirigió al único lugar donde podía explotar: ¡El baño de hombres!… -el de mujeres como siempre, estaba ocupado, una de sus compañeras estaría terminando de alisar su pelo con alguna plancha, mientras otra a su espalda se aplicaría lápiz labial-.
Ingresó al baño, es atrevido y arriesgado y eso ¡la excita! Se mira al espejo y sonríe para sí misma con complicidad, desbloquea el celular y sigue mirando las imágenes. Ahora ese grandioso pene que siempre ha admirado, se encuentra completamente expuesto, ahogado firmemente por la mano de su amante.
No aguanta más y se recuesta sobre el piso, desabrochando el botón del pantalón, ingresa tímidamente sus dedos índice y corazón, enloquece al notar la firmeza de su clítoris cubierto por una fina capa de ámbar translucido. Lo disfruta con calma, apretando los labios y masajeando el pequeño miembro viril que esconde su género… vuelve a mirar el celular y nota en una de las fotografías una Tablet justo al lado de la ingle del causante de su éxtasis, la Tablet reproduce imágenes de ellos gozándose en otras ocasiones. Eso la arrecha más y el ritmo y profundidad de sus falanges aumenta, descendiendo hasta donde sus dedos le permiten, provocando a sí misma un inmenso placer, sin notar que pequeños gemidos se le escapan. Se detiene un poco al recordar que justo afuera se encuentran casi todos sus compañeros de oficina, aguardando su turno para hacer uso del baño, de maneras más convencionales.
– Solo un poco más -susurra para sí misma-, un último vistazo a las fotos y nota varios signos de interrogación.
– ¿Si?, ¿Hola?, pregunta él.
– ¡Tranquilo!, aquí va una muestra de lo ocupada que estoy. Se toma una foto tumbada en el piso con su mano completamente mojada, emergiendo del pantalón.
– ¡Que rico! ¡Mamasita! (diablito morado).
Se levantó de golpe al escuchar que llamaban a la puerta. Había perdido la noción del tiempo, se preguntaba con angustia si la habían escuchado, pero reía buscando calmarse. Se lavó las manos y aseguró su pantalón. Su rostro estaba enrojecido y terso, su pelo enmarañado; prefirió no arreglar nada y salir retadora a enfrentar el mundo. ¡Estaba feliz y no quería ocultarlo!
Un compañero la observó con extrañeza, parecía sospechar algo. Ella pasó por su lado sonriente, quizá esperanzada de ser descubierta. El celular no dejaba de vibrar; al otro lado, su hombre permanecía desesperado por saber lo que ocurría. Al regresar a su oficina se limitó a responder: “nos vemos en Chapinero a las 7:00 pm. Motel Las Palmas.”
– ¡Buen día Señor! – ¿en qué le puedo colaborar?.
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