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La Obediencia…

La Obediencia…

Era una jovencita estudiante, no más de veintidós años, su cabello rojo cobrizo se extendía hasta la cintura, era un tanto menuda, piel blanca y juvenil, ojos cafés grandes y claros, tan expresivos como los de cualquiera que empieza a descubrir el mundo, su cara redonda remataba en carnosos labios cubiertos casi siempre por un labial morado o casi negro.

Su nombre era Helena, le habían conocido en una fiesta, apenas habían intercambiado un par de palabras y en alguna ocasión anterior, ella había participado en una sesión de fotos junto a Constance.

Un día cualquiera, intercambiando mensajes y publicaciones por redes sociales, Constance y Mr. D notaron que sentían algo de atracción por Helena y ella no sé mostraba indiferente. No estaban seguros quien había iniciado el coqueteo, pero Constance había intentado encender la incipiente llama y mantener el contacto e interés vivo, especialmente, al enterarse de las preferencias bondage de Helena.

Tras conversar por unas cuantas semanas, durante las cuales confesaron algunos de sus gustos y deseos, decidieron salir a tomar unas copas. Eligieron un lugar donde pudiesen hablar, pero también bailar y acercar así sus cuerpos.

Era viernes en la noche, cerca de las 10:00 pm, el sitio tenía dos plantas. La primera con una gran pista de baile y una segunda planta con sofás y mesas para conversar más tranquilamente. Al llegar al bar pidieron una mesa en el segundo piso y una jarra de cerveza roja. Era la primera vez que los 3 se encontraban en un mismo lugar con un pretexto en común: conocerse y ver hasta donde avanzaba la noche.

 

Tras cada sorbo de cerveza la confianza aumentaba y las confesiones le acompañaban -Mr. D explicaba hace cuanto eran una pareja swinger, que experiencias habían acumulado, cuanto habían crecido como pareja explorando su erotismo y ¡sobre todo! -que fantasías aún tenían insatisfechas.

Sorprendida del recorrido de la pareja; a Helena le preocupaba no tener ese mismo bagaje, no tener la suficiente experiencia; por otro lado le satisfacía todo lo que oía, su imaginación trabajaba sin esfuerzo fantaseando con lo que podría pasar al lado de Constance y Mr. D.  La motivación fue mucho mayor cuando Constance hablo de algunas prácticas bondage que les satisfacían  -No eran unos expertos- ¡todo lo contrario!, pero la ropa licrada, los amarres, arnés, la sujeción, ese tipo de cosas los excitaban, especialmente a él… a Mr. D.

Helena sintió que sus perversiones serian bienvenidas, con otras personas se sentía cohibida, ¿pero, con ellos? – ¡podría ser ella! – podría desatar sus perversiones y fetiches, así confesó sus gustos, deseaba ser: ¡Dominada!

Durante su corta vida había experimentado con algunas prácticas BDSM,  pero siempre desde una perspectiva artística y fotográfica -nunca lo había involucrado en el sexo y quería vivirlo-  ¡Quería ser atada, vendada, sometida a los deseos de otros!  Llevada al extremo del placer a través de la dominación y humillación, dar rienda suelta a sus más recónditos deseos; pero sin decidirlo, sin pedirlo voluntariamente,  tendrían que ser sus amantes quienes lo descubrieran, quienes al privarla de su voluntad y autonomía le llevaran a encontrar la libertad que perseguía.

Constance y Mr. D habían fantaseado con someter a otros. Escuchaban y veían a Helena como un depredador que analiza su presa, antes de emprender la cacería. Pero esta presa no parecía querer huir, todo lo contrario, anhelaba ser capturada y llevada al refugio de sus captores.

La cerveza se esfumaba y la temperatura ascendía, la conversación era cada vez más sugerente y todos se hallaban más cerca el uno del otro, no lo advertían, pero sus cuerpos se necesitaban.

Constance invito a Helena a bailar – Mr. D las siguió.

Ubicaron estratégicamente a Helena en medio de los dos, Constance la sujetaba por delante, mientras Mr. D le rodeaba por detrás ciñendo la cintura con sus manos, acercando el rostro a su espalda y cuello desnudo. El terceto se contoneaba lentamente en un vaivén sinuoso, subiendo y bajando las manos, manos presurosas y decididas que se encontraban y enlazaban levemente mientras se deslizaban por el cuerpo de Helena. Ascendieron hacia su cuello apretándolo ligeramente y hacia abajo aferrándose a las nalgas – ¿Qué manos se ubicaban dónde o hacían qué?  –  ¡era difícil saberlo! El amasijo de manos recordaba a Visnú con su multiplicidad de brazos. Entre la confusa masa, asomó la cabeza de Constance y se encontró en un profundo beso con Mr. D, hundiendo la lengua en lo más profundo de sus cavidades, sin dejar de posar sus manos y caricias sobre el cuerpo agitado de Helena, quien sin poder resistir la tentación, acercó la lengua a los labios de sus amantes, para sumarse a la confusión de brazos y la mezcla de labios, lenguas y saliva. El beso fue más prolongado de lo esperado, o al menos eso sintieron ellos, no sabían cuánto tiempo llevaban bailando, tocándose y deseándose, pero al haber terminado y retomado la percepción del tiempo ¡lo supieron! -¡era hora!  – era hora de marcharse y terminar lo que habían empezado.

Se dirigieron al motel más cercano y pidieron una habitación. Mr. D había preparado algunas cosas antes de salir al bar, por si la noche prosperaba, y próspero. Así que al llegar al motel, saco una maleta llena de juguetes sexuales, esposas, aceites y condones. Esperaba poder usarlo todo, así que sería una larga noche.

Entraron a la habitación, tenía una cama tamaño King iluminada por una cálida luz roja trasera, ubicada sobre el panel también rojo que adornaba la cama, un pequeño sofá rojo de cuero acompañaba la decoración junto a una mesita central, el baño contaba con una amplia ducha, suficiente para unas 5 personas. Al ingresar, pidieron a Helena que se quitara la ropa y en su lugar usara un traje negro de licra, escotado en pecho y espalda, cerrado alrededor del cuello, con un collar de cuero negro encintado en él – el traje terminaba en forma de body, dejando libres y visibles las piernas blancas y tatuadas de Helena – Una vez se puso el traje, vendaron sus ojos y amarraron sus manos detrás de la espalda con esposas.

Mr. D, pidió a Helena que se arrodillara, posó su mano sobre el hombro derecho de Helena, guiándola en su descenso hasta encontrar el piso. Le dejaron allí  – sola, sin tocarla o decirle nada – Solo percibía ruidos que no comprendía, cremalleras abrirse, objetos acomodándose, algunas cayendo, pequeños zumbidos, murmullos entre sus captores y al final… ¡música!  Era una música de suave vibración, pero oscura, profunda, tranquilizante e intimidante a la vez.

Constance se acercó por fin a Helena, parecía que todo estaba preparado, se inclinó hacia ella y le susurro al oído: ¡serás nuestra sumisa!  No te haremos daño,  no te preocupes,  no nos interesa causarte dolor, solo… ¡placer intenso! Queremos que seas nuestro juguete sexual, queremos usarte y doblegarte, pero deseamos que lo disfrutes.

Usaremos dos palabras – le explicó – Si algo no te gusta y deseas que bajemos la intensidad dirás ¡Aire! y si deseas que nos detengamos por completo dirás ¡Agua!

Helena guardo silencio, asintió con la cabeza, aceptando su destino. Constance se incorporaba, cuando Helena añadió: ¿Y si deseo aumentar la intensidad, que palabra debo usar? Constance dirigió una mirada a Mr. D  buscando respuesta, quien solo agregó: elige la que desees. Tras una breve pausa, Helena compartió la palabra para exigir más: ¡Golpéame!  – La pareja se extrañó por la naturaleza de la palabra e inquirió a Helena sobre sus razones.

– Cada vez que este muy excitada, diré ¡Golpéame! No solo para avisarles que deseo aumentar la intensidad de lo que hacen, sino porque realmente quiero que me golpeen, ¡Una palmada!  ¡Una cachetada!, lo que ustedes prefieran, solo deseo que me peguen.

La pareja intercambio miradas de complicidad y aceptó con beneplácito la solicitud. ¡Constance tomó la iniciativa!  – Agarro un aceite con sabor a chocolate-cereza, dejándolo caer en un fino hilo sobre el cuello, espalda, pecho y vientre de Helena, vertió casi todo el contenido sobre el cuerpo penitente que ahora yacía postrado, empapado en aceite. Constance con sus manos empezó a esparcir el aceite, primero sobre la espalda y clavícula – sus manos comenzaron a juntarse – los dedos se entrecruzaron ofreciendo presión sobre el indefenso cuello, apretándolo cada vez con mayor ímpetu. Helena permanecía incólume ante la agresión, no expresaba tensión alguna, por el contrario sus piernas se contraían, buscando juntarse en señal de exaltación. El ahorcamiento continuó unos segundos más – Constance se ubicó frente a Helena – se inclinó hacia ella manteniendo la presión sobre el cuello, hinco las uñas del dedo pulgar e índice en la piel desnuda, y ofreció un tierno beso en los labios de Helena, quien abrió su boca agradeciendo el dulce bálsamo.

Las manos de Constance descendieron al pecho, bordeando el rosado pezón, tallaron los pliegues laterales de la espalda para encontrarse nuevamente en el vientre de Helena. Solo una mano ingreso, posando la palma sobre los labios externos de Helena, buena parte del aceite había ido a parar justo en medio de sus partes, así que la vagina estaba inundada de líquidos y los dedos ingresaron con facilidad. Primero uno, luego dos, hasta introducir tres dedos en la cavidad tibia y palpitante, Constance presionó con firmeza el clítoris hasta alcanzar el tamaño de una almendra, turgente y rígida. Constance aceleró el ritmo con firmeza y determinación, manteniendo una presión constante sobre la pelvis con el resto de su mano  – ¡Arriba, abajo, adentro!  ¡Arriba, abajo, adentro! –  bastaron unos 40 segundos para que Helena se sorprendiera al comprender lo que estaba sucediendo, para cuando lo entendió, la mano de Constance se hallaba empapada de un brebaje transparente, ligeramente viscoso, casi como agua pero con una tensión superficial mayor.

Helena había tenido el primer orgasmo de la noche, el bodi había retenido el líquido restante del squirt mezclándose con el aceite de chocolate-cereza. Las piernas de Helena aún se estremecían y su torso se inclinaba sobre Constance buscando soporte y alivio.

No hubo tiempo para su recuperación, inmediatamente Mr. D se acercó con un arnés oral.  Consistía en una especie de cinturón con ojales en un costado para ajustar su circunferencia, pero el cinturón no se cerraba sobre sí mismo, cada extremo terminaba en una pequeña ganzúa metálica, parecida a un anzuelo, los cuales se fijaban sobre los carrillos orales.  Mr. D lo ajusto a la cabeza de Helena, su boca quedo completamente abierta, los carrillos y labios estirados, un poco girados hacia dentro, cubriendo parcialmente los dientes.  Una vez fijado el aparato, Mr. D acerco su sexo al rostro de Helena  – no se encontraba erecto del todo – así que lo tomo entre sus manos y empezó a frotarlo en las mejillas, ojos y labios de aquella esclava, quien proyectaba su lengua dando pequeños lengüeteos al miembro.

Falto poco tiempo para que el pene se tornara duro y erecto, lo sacudió un par de veces más golpeando las mejillas, tomo el cabello de Helena para hacer vencer su cabeza y tirarla hacia atrás. Introdujo su verga lo más profundo que pudo, pero inmediatamente tuvo que retirarlo, causó una fuerte arqueada en Helena, quien casi termina de bruces sobre el suelo – sin embargo, se incorporó – aclaro su garganta y dirigiendo su mirada hacia Mr. D – siquiera sin lograr verlo por la venda que cubría sus ojos y aún con el arnés fijado a su boca – dijo con dificultad: ¡Golpéame!

Continuara…………………………………………………………………………………………………………………………………………

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