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Era una película romanticona…

Era una película romanticona…

Llevaban varios minutos mirando la cartelera, ninguna película parecía satisfacerlos: ¿acción? ¿terror?, ¿alguna comedia quizás? – ¿Cuál sería la película adecuada? ¿aquella de superhéroes? – ¡No! -Respondió él – habrá muchos niños ¡eso es seguro! – ¿entonces cuál?, Replicó Constance –

– ¡Tal vez una aburrida!, que no le interese a mucha gente, especialmente a mí, o me veré obligado a verla – pensó Mr. D.

– Bueno, y ¿en qué puestos nos hacemos?… deben ser los indicados o será muy incómodo, no quiero escandalizar a nadie -decía Constance mientras reía y bajaba la cabeza ligeramente, manteniendo sus grandes ojos verdes hacia arriba, buscando la reacción de él.

Mr. D sonrió con impaciencia, no sabía que película elegir, ya era la hora del encuentro, las funciones estaban a punto de iniciar, al menos aquellas que cumplían con algunas de las condiciones para lograr el objetivo – 7:30 pm, 7:45 pm, 7:50 pm – ¿Por qué no habían elegido un horario más nocturno? – asiste menos gente a las últimas funciones, ¿no?.

Quedan pocos puestos disponibles, es día feriado, todo el mundo elige ver una película en día festivo, -¿Cómo no lo había pensado antes? – se quedarían sin lugares y tendrían que cambiar de plan, estaba casi seguro.  Al fin apareció él, Mr. D lo ve acercarse por las escaleras eléctricas – 7:25 pm – ¡mira la hora que es y apenas se aparece!, creí que no llegaría.  Es Diego, un fotógrafo aficionado a quien conocieron hace unos años durante una fiesta, en esa época el llevaba su cámara, y tomaba fotos de la ropa interior de algunas mujeres –  a Constance le gustaba mostrarse al público en algunas ocasiones, así que en esa ocasión enseño sus cucos para algunas fotos. Llevaban años sin hablar o verse, solo habían coincidido una oportunidad más durante un Gangbang en Chapinero, pero había resultado un completo fracaso.  Diego había asistido con su pareja e intercambiaron algunas palabras, pero nada más. No eran amigos o compañeros, apenas conocidos, pero él se había interesado mucho en Constance e intento contactarla en diferentes ocasiones.

Constance no solía responder a esas invitaciones, todo el tiempo las recibe – hombres acosadores por todas las redes buscando sexo fácil – por aparecer en fotografías eróticas en algunas redes y revistas virtuales. Subes una foto a internet con poca ropa, y ya eres parte del mercado global del sexo fácil – al menos eso piensan la mayoría de aquellos que se hacen llamar “Singles” – Sin embargo, aquellos mensajes de  Diego, ¡si respondió!  –no eran atrevidos, groseros o insistentes – al menos él la conocía y sabia de su relación swinger con Mr. D, así que entendía el lenguaje y los códigos existentes entre parejas de ese estilo de vida – él también había sido swinger con su pareja – aquella que conocieron en el Gangbang, pero habían terminado, pocos amores resisten la distancia.

Desde que empezaron a hablar, esta era la segunda vez que se veían – Constance les había invitado a él y a Mr. D a un centro cultural donde narraban literatura erótica. El lugar no era lo que esperaban, era una gran casa, de aquellas construidas antes de los años 60 cerca de la avenida caracas, muchas habitaciones, listones de madera en el piso que rechinan al pasar y grandes ventanas blancas, de aquellas con adoquines salientes donde solían exponer las plantas las señoras que hoy son nuestras abuelas. No era el único evento en la casa, así que cada salón contaba con una actividad diferente: Teatro erótico, salones independientes para ensayar danza, actuación o música…, entraron al salón de literatura erótica, había iniciado y el orador avanzaba por su primer relato. Era un cuarto oscuro, solo esclarecido por un par de luces tenues, la suficiente para iluminar las letras que entonaba con precisión y profundidad el orador. Los relatos avanzaban y la lectura se tornaba cada vez más sugestiva. Mr. D notaba como los músculos de Constance se tensaban, llevaba falda corta, por encima de las rodillas, sus manos posaban sobre sus rodillas, al parecer calmas, pero sus dedos se flexionaban, tomando de la punta el ovillo de la falda, levantándola ligeramente – arriba – abajo- impacientemente; su boca se secaba, la mantenía entreabierta, estaba absorta, no lo notaba…su boca se secaba – debía humedecerla – así que su lengua palpaba dulcemente sus labios en un intento por humedecerlos y justificar la saliva que necesitaba tragar, pues había olvidado hacerlo y se hacía un nudo en la base de su lengua – logra sortear la situación sin llamar la atención – su saliva pasa por la tráquea, su cuello se inflama y sus dedos se mantienen inquietos sobre la falda -ya un poco más arriba– se escapa un suspiro pequeño, casi inexistente –gira su cabeza- ¡qué buena voz! Afirma y vuelve a prestar atención.

La jornada había finalizado, pero no habían tenido la oportunidad de hablar, así que salieron y buscaron un lugar tranquilo donde tomar algo. No podían irse sin saber si la cita había funcionado, necesitaban hablar. Así fue como Constance decidió involucrar a Diego en una vieja fantasía confesada por Mr. D, entre muchas de las ensoñadas por él. Diego se aproximó a la pareja, se disculpó por su tardanza y avanzo hacia las salas de cine. Ninguno lo siguió, no habían elegido la película, ni siquiera lo habían discutido con él – ¡Oye, un momento! Lo detuvo Constance – ¿A dónde vas?, no hemos comprado las boletas. No se preocupen, eso no es importante, ¡aquí están! – Vamos a ver: “3 Metros bajo el Cielo” – ¿Una romanticona?, esas no me gustan dijo Mr. D, al menos no todas – Es perfecta, pensó Constance, tal vez ayude a relajarme.

Ya no hay tiempo, va a comenzar – ¡Vamos! – Ellos lo siguieron, sin pensarlo o decidirlo, solo sabían que no importaba, no iban a Cine precisamente – solo era un rodeo mientras aguardaban la noche.

Los ubicaron en los últimos puestos, última fila debajo del proyector. Constance se sentó a la mitad y cada uno a su lado. No llevaban palomitas, ni gaseosa, todo lo que deseaban estaba justo con ellos, en medio de ellos. Ella llevaba un atuendo cuidadosamente seleccionado para la ocasión, una blusa blanca de botones sin mangas, seda muy ligera y transparente, permitía ver el sostén negro de copa translucida que soportaba sus abundantes senos blancos, de areola caramelo y circunferencia perfecta – su falda era negra y corta, sus pierna izquierda estaba decorada por un arnés en pentagrama protegido por medias liguero negras, que dejaban desnuda una pequeña sección de sus muslos antes de llegar a las delicadas tangas de seda que permitían ver sus labios si estabas lo suficientemente cerca.

Los cortos avanzaban y el ambiente del cine transcurría con normalidad, la gente hablaba y reía, algunos revisaban su estado de Facebook en el celular, mientras los demás asistentes se acomodaban. Ellos veían a cada uno sentarse, los seguían hasta asegurarse que no les estuvieran viendo – ¿Por qué? No hacían nada – igual se sentían observados. Constance se acercó a Diego, le murmuro algo al oído, el movía su cabeza. Mr. D no podía escuchar de que se trataba la conversación, solo notaba que los labios de ella estaban muy cerca de su rostro, casi como si sus labios lo acariciaran y él sonreía. Ella seguía murmurando, el giro su cabeza, quedaron uno frente al otro y la aparente caricia se transformó en un beso húmedo y prolongado – era su primer beso juntos – debían reconocer al otro – probar su habilidad – esforzarse para agradar al otro – si no le gustaba a ella, no avanzaría la noche. Parece gustarle, lleva su mano izquierda a su rostro para sujetarlo y poder besarlo mejor – ahora está mejor ubicada – lo disfruta, está convencida – puede ser una buena noche. Vuelve a girar la cabeza, esta ocasión hacia Mr. D, quien espiaba curioso la escena – recibe un suave beso en los labios, húmedo y frio – como él los prefiere – su boca sabe diferente – él lo reconoce, conoce muy bien cada aspecto de su piel, de su olor y de su sabor – es el sabor de otra persona, de otro hombre – eso lo excita.

La película inicia, es tonta y aburrida, como todos esperaban. No importa, nadie fue a verla, al menos ellos no. Transcurren algunos minutos, los espectadores se sumen en la compleja trama de desamor y reconciliación de aquellas películas, donde los hombres realizan grandes proezas públicas para demostrar su remordimiento. Mientras tanto, Mr. D y Diego se disputan la atención de Constance, cada uno posa su mano sobre una de las piernas semidesnudas, primero la posan con timidez, especialmente Diego – Mr. D tiene toda la ventaja, es su pareja, ha recorrido y gozado ese cuerpo miles de veces – sabe cómo recorrerlo – él, por el contrario, nunca lo ha hecho, no sabe que le gusta y que no – nunca tuvieron tiempo de discutirlo –  y ella lo prefiere así – prefiere que la descubran, que la sorprendan. Él posa su mano izquierda con firmeza sobre su pierna derecha, a ella le gusta, separa un poco sus piernas –  ambos lo notan – avanzan lentamente sobre la pierna, sobrepasan los ligueros y hallan un segmento de piel desnuda, Diego duda, su mano se detiene, pero un gesto de ella lo alienta a continuar. Ambos manos acarician su ropa interior, delimitando el borde de la tanga negra, como si dibujaran un límite inexistente e inquebrantable, mientras los dedos surcan la seda, transgreden el límite y sienten algo frio, sudoroso, los cantos de su ropa interior han sido superados, y sus manos tiemblan ante la tentación de levantar ligeramente la seda e introducir uno o dos dedos. Mr. D se mantiene al margen, le gusta la temperatura de la pierna, y disfruta cosquillear alrededor del panty; Diego se aventura, corre la tanga con el dedo anular, y son su dedo medio palpa suavemente el clítoris, ya un poco hinchado de sangre, inflamándose – el dedo gira lentamente sobre aquel botón, masajeándolo suavemente, luego con más firmeza, hasta deslizarse y hundirse entre sus cavidades – se le escapa un gemido agudo y corto – Mr. D se acelera y se lanza a besarla, sus labios están muy húmedos, la saliva es ligera y cuando sus bocas se alejan, un delgado filamento brillante se separa también y cae sobre los labios de Constance – Mr. D lo toma entre sus dedos y los introduce en la boca de ella, solo una falange – pero ella abre su boca y el introduce todo el dedo, hasta el fondo de la garganta esperando rescatar más de ese precioso liquido – retira el dedo, ella lo chupa y vuelven a besarse.

Ahora los dos introducen sus dedos en ella, sus piernas están más abiertas, tanto como permiten las sillas, se deja deslizar un poco hacia abajo buscando una mejor posición, para que ellos puedan maniobrar con mayor libertad – cada uno usa su propio ritmo para masturbarla, unas veces concentrándose sobre el clítoris, otras veces en el punto G, ese pequeño punto rugoso o simplemente llevando sus dedos tan profundo como pueden  –  unas veces rápido, otras más lento – pero cada uno a su ritmo – esto la extraña – no sabe en cual movimiento concentrarse, ¿Cuál le causa más placer? – ¿Qué mano está haciendo eso? – ¿Mr. D? – ¿Diego? – ¡No importa! – se deja llevar y posa sus manos sobre las cabezas de aquellos destinados a proporcionarle placer.

De repente, retira las manos de sus amantes y las toma entre sus propias manos – las lleva a su boca, y como si se tratara de un manjar del cual nunca volverá a disponer, saborea sus propios fluidos de ambas manos al tiempo, pasándolas por su rostro, para quedar impregnada de ellos, mantiene una en su boca, mientras desciende con la otra apretándola contra sus pechos y reposicionándola en su vagina, pero esta vez guiándolo en su proceder.  Mientras uno de ellos, no le importa cual, sigue siendo guiado por su mano experta, besa al otro, hasta introducir su lengua en lo más profundo de su garganta, y girando la lengua en una pelea por poseer al otro – debe ser Mr. D – ¡Piensa! Y se excita más.

La película está a punto de acabarse, la gente empieza a prepararse para abandonar el teatro, ellos lo notan y se incorporan de su trance. Ella esta despeinada, su falda corrida y las medias un poco fuera de lugar – se apresura a componerse – ¿debo tener cara de sexo? – piensa, todo el mundo lo notara. Pero no le importa, por el contrario, eso la excita y vuelve a pasar los dedos por su clítoris para asegurase que aun este húmedo.

A partir de este momento, Mr. D guardara reserva – Soló hablaran e interactuaran Constance y Diego, hace parte del plan y es indispensable. Mr. D lo sabe y ofrece un último beso a su amante. Después de eso, solo será un observador y facilitador. Se retiran los tres del teatro, descienden al parqueadero donde Mr. D servirá de chofer. Durante el recorrido Mr. D permanece atrás de la pareja. Diego se acerca a Constance, la besa y le agarra el trasero, ella no sabe cómo reaccionar, pero lo permite y le devuelve el beso. ¡Está bien!, piensa Mr. D – ¡puedes hacerlo, hazlo por favor!, de esto se trata, pero no puede decirlo – ahora es solo un observador.

Constance lo entiende rápido y al abordar el carro, se sienta con Diego en la parte trasera. Mr. D conducirá, solo abre la boca para pedir la dirección a donde se dirigen y poner el GPS. Diego da las indicaciones, se gira sobre Constance, la besa y su mano rodea su pierna, buscando su trasero el cual aprieta con firmeza. Constance lo sujeta del cabello y sube su pierna sobre las piernas de él, se hunden en un beso largo y profundo, donde ella gime y balbucea. Mr. D se excita, quiere hacer parte de la escena, pero no puede, es parte del juego… la espera, la desesperación e impotencia de no poder intervenir, de no poder tocarla o besarla y sentirla – eso solo aumenta su libido – su rostro es poco expresivo, pero Constance nota que quiere estar ahí y eso la enciende, y sus movimientos y besos son ahora más bruscos, más intensos, más naturales de ella.

El motor se enciende, el vehículo avanza y ellos también. Diego desabrocha algunos botones de la blusa, y deja al descubierto la mitad de esos extraordinarios senos, introduce su mano por la abertura de la blusa y los aprieta y acaricia – logra liberar a uno, el derecho… blanco, con la piel erizada, cae por su peso sobre la mano de él, pero no permanece mucho tiempo allí, rápidamente es succionado y lamido por la lengua de Diego, mientras la otra mano yace al interior de Constance, moviéndose rítmicamente. Mr. D observa por el retrovisor, no puede hacer nada, es solo un chófer, el chófer que ama y desea a esa mujer que están desnudando y gozando, es una situación extraña, para algunos bizarra, pero para él resulta un deleite observarla y admirarla, la desea más siempre que otro le da placer, lo enarbola, hincha sus entrañas de lujuria y satisfacción, no sabe explicarlo, no sabe expresarlo, solo sabe lo que siente, y solo siente una cosa: ¡Deseo!… infinito deseo por esa mujer que posa sus manos sobre otro miembro erecto, con un vaivén rápido de muñecas, mientras le observa fijamente a través del retrovisor, con mirada cómplice y picara, justo antes de descender con su boca y lengua hacia el pene rígido e impaciente de otro.

Llegan a su destino, el vehículo se detiene, Mr. D no dice nada, ellos apenan lo notan, están concentrados en su aventura. Constance levanta la mirada y pasa su mano por la boca, limpiándola. Ambos descienden del carro sin dirigir ninguna palabra a su conductor. El cierra las puertas y los sigue por los apartamentos. Suben por el ascensor, Mr. D se ubica en la parte trasera, ellos le dan la espalda parados frente la puerta, no se tocan, ni se miran, pero están cerca uno del otro –  el ambiente es tenso – todos callan, ansiosos de que seguirá y como seguirá.

Llegan al apartamento de Diego, busca las llaves e ingresan. Ofrece algo de beber, ambos reciben una cerveza. Mr. D toma la botella y busca un asiento alejado donde sentarse, se fija cual es el sillón más cómodo y cuál es el lugar más oscuro, lo encuentra y se acomoda allí. Los demás charlan sobre la película, como si la hubieran visto mientras beben unos sorbos de cerveza. Constance quiere apresurar la situación, no quiere amedrentarse ni perder la excitación del viaje, si va a pasar, debe pasar ahora. Se aproxima a Diego, empieza a besarlo en la boca primero, luego el cuello, besos pequeños y húmedos. Mientras le desabotona la camisa y pasa sus manos pequeñas y frías por su torso – no le gusta – no le encanta – no importa – no tiene que gustarle – ¡lo sabe! Es un juego, y lo disfruta. Lo lleva pausadamente por el pasillo hacia la habitación, mientras lo despoja de la camisa y el cinturón. El hace lo propio con su blusa y la falda. Ahora solo la cubre el sosten y los interiores de seda, junto las medias liguero. Es preciosa, toda su piel combina perfecto con la lencería negra, se retira el sostén, y sus senos rebotan contra el aire. Esta lista, se lanzan contra la cama – Mr. D los ha seguido a la habitación y los observa desde las penumbras con una mano dentro de su pantalón y la otra mano sostiene una cámara, no puede perderse un segundo, desea grabarlo todo, su cuerpo, sus gemidos, sus gritos, sus orgasmos, todo su ser.

Avanzan con rapidez, pero sin premura, retirando el pantalón y zapatos de Diego, mientras caen los interiores de ella. El resto de sus prendas se mantienen en su lugar; el desnudo y ella semidesnuda, adornada por las medias, el arnés y el pentagrama, es una ilusión, es la lujuria hecha carne, merece un mejor amante, merece los mejores amantes, merece todos los amantes, transitorios, pero amantes, mientras él observa y se deleita al compartir su vida con esa maravillosa afrodita.

 

Diego se incorpora, la ubica boca arriba, con las piernas abiertas, dispuesto a consumir su suave licor, lo bebe, lo bebe con avidez, su lengua atraviesa toda la caverna, de la base a la cúpula, se alimenta y nutre de ese elixir, como si su vida dependiera de ello. Ella lo disfruta, y nota a Mr. D de pie junto a la cama, observándola y deseándola, pierde el control, gime…gime fuerte, agita sus piernas hacia arriba y abajo, levanta a Diego y lo lleva a su boca, quiere recuperar parte del precioso líquido que le fue arrebatado, se deleita. Se gira sobre si misma y cambia los papeles, ahora es ella quien desciende e introduce el pene hasta lo más profundo de su garganta, imaginando el pene de su verdadero amante, recordando las arcadas que aquel le propicia y se moja aún más, se esfuerza aún más ella sola, sin presión y nota que todo el miembro ha entrado con facilidad en su boca, ¡soy buena, muy buena¡, se dice – y continua, succionando y a veces abriendo su boca, lanzando la lengua hacia atrás, para que toque su campanilla, y al retirar el pene quede cubierto de una espesa baba de la que se desprendan filamentos entre el pene y su boca, como una telaraña que los conectase y la invitase a volver a consumir ese miembro erecto y palpitante. Se levanta, limpia su boca con las manos y las introduce en la boca de él. Se pone de pie, se dirige hacia Mr. D desnuda, esbelta, orgullosa, absolutamente convencida de su poder. Da pasos pequeños hacia su amado, queda de pie justo enfrente. Mr. D siente el vapor de su cuerpo y el olor a sexo, el olor a miembro en su boca y lo excita más. Ella toma con suavidad un condón del pantalón de Mr. D, lleva el sobre a su boca, rasca la envoltura con sus dientes, y toma el condón con suavidad entre sus labios, se gira hacia la cama, mientras pasa el dedo índice de su mano derecha de abajo hacia arriba por encima del fundillo del pantalón, asegurándose de la poderosa erección que el soporta, sin poder hacer nada. Hace un ademán de satisfacción y se encoje de hombros, termina de girarse y se dirige hacia la cama, donde la esperan con avidez.

Toma el preservativo entre sus manos, lo desliza delicadamente hacia la base del pene, y mientras lo hace lo aprieta con rudeza, ya está ubicado, se acerca a la pelvis de quien yace acostado, usa su mano para acomodar el miembro viril en sus entrañas, mientras lo hace se inclina para besarlo y le dice: Quiero que sea fuerte, ¡Gózame!… Vuelve a incorporase, empieza a balancearse sobre él, se mueve suavemente, sube sus manos y se aprieta los pechos, pasa sus manos por el cuello y las acordona por detrás, mientras se agita sobre el juguete humano que reposa bajo sus piernas – ambos la admiran, extasiados –  confundidos ante su poder, y dichosos de poder vivirlo. Empieza a agitarse con mayor vigor, ahora sus manos se apoyan en el pecho de él, necesita moverse rápido, su cuerpo lo demanda, salta, lo cabalga, lo hace suyo, lo usa…cada vez se mueve más rápido, con desesperación, él la rodea con sus brazos, aprieta su espalda, mordisquea sus senos, y contempla como se sacuden en el aire, libres, grandes, exquisitos. Se acercan más, se besan…ella toma su mano y la posiciona sobre su cabeza exigiendo que la dome…que la conduzca y tire de sus riendas. El obedece, la toma con firmeza, gira tanto su cabeza al halar su cabello, que termina tirándola de lado, y lanzándose sobre ella, ella abre sus piernas, las levanta, son un regalo que espera ser usado. El la penetra con fuerza, con violencia, casi con odio, pues se pregunta por que no ha sentido esto antes, ¿Por qué siente tanta lujuria?, ¿Qué posee ella que lo enloquece?, ¿Por qué siente que no volverá a experimentar esto? – se pierde en su devaneo, pero continua arremetiendo con más fuerza, las pieles retumban al encontrarse, gimen, sudan… se sienten agotados, pero continúan… Constance estira sus piernas, quiere cambiar de posición, ¿Dónde está Mr. D?…lo halla, se ubica en 4, dirigiendo su mirada hacia él. Diego entiende, se incorpora y la penetra por detrás, ahora si puede domarla con facilidad, piensa él. Pero rápidamente descubre su error, ahora es más dueña de si, está inundada de placer, mientras es penetrada una y otra vez, recibe cada embestida como si de un latigazo se tratara, y gime, cada latigazo le produce más placer, y gime, gime sin dejar de mirar a su esposo, casi no parpadea, ella es quien recibe el placer, pero a su vez es quien lo ofrece, y Mr. D lo recibe todo, su miembro no soporta más, sus bóxer están empapados, ha lubricado tanto que casi parece haber terminado, pero él sabe que no… eso debe aguardar… Ella sigue observándolo, se muerde los labios mientras recibe las embestidas sin torcer sus brazos, ella quiere hacerlo, pero no podría seguirle mirándole, así que continúa su calvario, sin doblegarse.

El no soporta más, su cavidad es estrecha en esta posición, siente como cada penetración golpea contra su pubis, y su glande está a punto de estallar, no sabe que hacer, el placer es demasiado, el agotamiento excesivo, pero quiere continuar. Constance siente su miembro hinchado, se aprovecha. Se mueve hacia delante y atrás con avidez. Su cabellera se descontrola y cubre todo su rostro, ahora está concentrada en ella, solo ella, adentro – afuera -adentro – afuera- No pueden más y terminan en un gemido unísono que ahoga el orgasmo, ella resopla al dejar escapar la respiración, cae sobre su pecho y ríe.

Ambos descansan sobre la cama, exhaustos y sudorosos. Complacidos de lo que acaba de suceder. Diego se retira el condón, lo arroja en el baño, vuelve con papel para limpiarse, Constance lo usa. Descansan unos minutos más riendo y hablando sobre cualquier tontería. Mr. D ya puede hablar e interviene en la conversación. Ha dejado de grabar. La habitación se relaja, todos están satisfechos. Diego se levanta para buscar su ropa interior y empieza a ponérsela. Constance lo detiene, ¿Qué haces?, se dirige hacia él, toma la mano que estaba usando para vestirse y el bóxer cae, le da un tierno beso en la boca y le dice: Aun no tienes mi permiso, ahora quiero un trió, – Mr. D – ¡desvístete!

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