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La Obediencia II (Continuación)

La Obediencia II (Continuación)

Mr. D sintió su sangre hervir, le encantaba oír eso, propició una fuerte bofetada sobre la mejilla derecha de Helena quien al recibirla solo gimoteo.  Mr. D introdujo nuevamente su vibrante pene en la boca de Helena, lo hacía con fuerza, sin temer por la seguridad de su juguete humano. Cada embestida se tardaba más y más en abandonar la cavidad oral, era la lengua y el esfuerzo de Helena por respirar quien causaba la retirada del pene, el falo en cada salida arrastraba una mayor cantidad de saliva, primero transparente y fluida, luego blanquecina y viscosa. Mr. D tomaba entre sus manos el exceso de saliva – aquellos filamentos viscosos – y los esparcía sobre el rostro y pecho de Helena. La saliva y lágrimas sobre sus ojos  habían logrado arruinar el maquillaje, o tal vez mejorarlo, el delineador negro y las sombras moradas de sus ojos ahora se mezclaban en una mancha negra irregular sobre parpados, mejillas y nariz.

El pene siguió cavando hondo, sofocando a Helena y socavando el exuberante líquido blanquecino. Una vez más Mr. D golpeo a Helena, esta vez sin que ella lo solicitara. No hubo queja o reacción negativa, varios hilos de saliva colgaban de los labios rosados y abultados.

– Bésala y límpiala  – ordenó Mr. D a Constance – quien se acercó al rostro de Helena, retiro el arnés y con su lengua y labios recogió y compartió cada gota de saliva con ella, sus labios eran fríos y húmedos a causa del fluido, el cuál ahora compartían y bebían con avidez.

Mientras el beso continuaba, Mr. D separo las piernas de Helena, aumentando el ángulo de apertura de su sexo  –  el cual aún se encontraba encharcado – tomó un par de bolitas vaginales unidas por un pequeño cordón, lo suspendió entre los labios de las dos mujeres, quienes las lamieron y chuparon codiciosamente. Humedecidas las bolas vaginales, las introdujo en la vagina de Helena. Entraron con facilidad, ¡todo entraría con facilidad esa noche!

Le levantaron del suelo y ubicaron boca abajo sobre la cama,  dejando el trasero al borde y las rodillas suspendidas. Soltaron las esposas para ubicar los brazos estirados al frente y volvieron a atarlos. Mr. D se ubicó al frente de Helena, con la intención de mantener la postura de los brazos hacia delante. Constance por su parte se ubicó atrás, tomo un lazo anudado en tres partes y ofreció un primer latigazo sobre el trasero de Helena, quien estremeció todo su cuerpo, apretando los dedos de pies y manos, al recuperar el aliento ¡pidió más!

Un segundo latigazo enrojeció las nalgas de Helena, quien guardo silencio. El tercer golpe fue más fuerte y decidido,  una marca indeleble en la piel blanquecina lo evidenciaba, pero ella se mantenía indemne, serena, soportando con frialdad su castigo. Sus manos se enrollaban sobre las manos de Mr. D y sus dientes mordían las sabanas en búsqueda de alivio. Constance deseaba alguna reacción, positiva o negativa, quería conocer lo que pasaba por su mente ¿Deseaba más golpes? ¿Quería que se detuviera? No podía leer con claridad sus deseos, así que se ensaño con aquella piel, cada  golpe dejaba una fuerte marca, ya no había lugar en aquellas nalgas que mantuviera su color original. Helena se retorcía, pero mantenía su silencio ¡solo se escapaban pequeños gimoteos!

Mr. D acerco su cuerpo al rostro de Helena, ubico sus piernas sobre los brazos estirados de la mujer, tomó la cabeza entre sus manos, halando con firmeza el cabello, e introdujo su pene erecto en la boca de la nazarena. Empujo la cabeza con tanta fuerza que Helena pensó que vomitaría, intento retirar la cabeza para recuperar el aliento, pero la mano firme de Mr. D se lo impedía, le mantuvo abajo con la verga adentro taponando su garganta – ¡Al fin le permitió respirar! – la boca se liberó y tomó una gran bocanada de aire, estirando el cuello hacia delante mientras recibía el latigazo más potente de todos sobre la base de sus nalgas.

Cuando Helena recupero el aliento, de sus ojos brotaban lágrimas negras que arrastraban el oscuro maquillaje de su rostro, de sus labios colgaban gruesos canutillos de saliva y su respiración era pesada y agitada.

Constance había obtenido lo que quería – le observaba agotada y excitada – se disponía a retirar las esposas cuando Helena logro hablar: ¡Asfíxiame con tu verga¡ – Constance se detuvo y motivada por la petición de Helena, lanzo el látigo hacia atrás, tomo impulso y al azotar la nalga derecha de Helena, unas pequeñas burbujas de sangre asomaron. Mr. D encajó nuevamente su virilidad en la cavidad pasmosa y húmeda, empujando con fuerza la cabeza de Helena hacia la base de su pene. Le pidió a Constance el arnés oral. Lo fijo a la boca de su marioneta, estirando los carrillos, permitiendo una mayor holgura de la boca, escondiendo los dientes, disminuyendo la fricción. Así su boca era completamente penetrada, con la profundidad y firmeza que se aplica al sexo vaginal,  la cabeza ascendía y descendía, unas veces lentamente, otras con celeridad, pero siempre profundo, siempre bañando de profusa saliva el miembro.  Mr. D tomaba el exceso de saliva entre sus manos y lo untaba por todo el rostro y tetas de Helena; entre tanto, Constance había abandonado su papel instigador, había aprovechado el tiempo para vestirse con un arnés del que colgaba un vibrador de unos 18 centímetros de largo – lo lubricaba con un aceite de fresa – distribuyendo el lubricante con sus manos por el pene falso, casi como si se masturbara, cuando considero que estaba bien lubricado tomo las caderas de Helena entre sus manos, las elevo hacia su cintura, y con un fuerte empujón introdujo el vibrador en la vagina húmeda y enrojecida con la fuerza de su tronco.

Helena yacía indefensa sobre la cama, siendo penetrada en su boca y vagina con la rudeza y el desdén de aquellos que la usaban a su voluntad. Cada vez que Constance le penetraba, la expedía hacia delante empotrando más el pene de Mr. D en su boca, se movían sincrónicamente – ¡atrás, adelante, arriba, abajo¡ – con cada ciclo, la excitación era mayor, los cabellos de Helena se arremolinaban entre los dedos de Mr. D. Las manos de Constance se asían a cada nalga, mientras uno o dos dedos se deslizaban hacia su ano, acariciando y apretando suavemente el estrecho anillo.  La embestida duró algunos minutos más, la pareja se detuvo agotada, necesitaban hacer una pausa, se detuvieron y retiraron por unos instantes dejando el cuerpo de Helena inmóvil, abusado y marcado, pero extasiado y vibrante, agotado, pero anhelando más.

Desataron las manos de Helena, le permitieron descansar un poco, mientras la posicionaban boca arriba acostándola a lo ancho de la cama. Su cabeza quedo un poco suspendida sobre el borde, ataron las extremidades a la base de la cama con sus piernas un poco flexionadas, dejando el sexo expuesto en un amplio ángulo.

La pareja se arrodillo frente las piernas de Helena, ofreciendo tiernos besos y lengüetazos sobre el clítoris  y la vulva. Alternaban las caricias al sexo de Helena con apasionados besos entre ellos, introduciendo de vez en cuando algunos dedos en su vulva.  Uno aplicaba fuerza sobre el clítoris, masajeando la pequeña drupa, mientras el otro lamia los labios e introducía su lengua en las tibias cavidades – una más estrecha que la otra – pero ambas tentadoras. Helena se estremecía y gemía, su cuerpo se inclinaba intentando librarse de su prisión – sin querer librarse en absoluto – solo deseaba que el orgasmo llegara – ¡y llegó! – su sexo explotó sobre el rostro de Mr. D, bañándolo en placer. Helena conmocionada gemía y gritaba.  Constance sin dejar de estimular el clítoris, lamia el rostro de Mr. D ávida del recurso, pasaba su lengua por cada rincón con temor de perderse una gota, bebía desesperada y lujuriosa. Sujetó del rostro a Mr. D ayudándolo a incorporarse, tomó el miembro entre sus manos y lo condujo hacia la vagina chorreante, instándole a penetrarla, mientras se apoyaba en sus rodillas y hundía el pene hasta desaparecer. Entre tanto Constance posó su vagina sobre el rostro de Helena, frotando los labios vaginales sobre los labios y nariz de aquel cuerpo sumiso. Se inclinó hacia delante buscando la boca de Mr. D para besarlo. Aquel penetraba a Helena, quien hacia sexo oral a Constance, quien besaba a Mr. D, formando un triángulo sobre el catre; un triángulo onírico, unido por el deseo, amalgamado entre fluidos.

Nadie lograba respirar o hablar, la mayoría de sus orificios estaban ocupados y se dedicaban a ofrecer y recibir placer, solo se escapaban gemidos, bufidos ¿a quién pertenecían? ¿Quién se agotaría primero? ¿Quién disfrutaba más? – Nadie podía saberlo, ¡nadie podía hablar!

Tras unos minutos Constance se retiró, libero la respiración de Helena, la cual fue rápidamente ocupada por la Boca de Mr. D, quien se abalanzó sobre Helena, es busca de los líquidos de su amante, los besos sabían a Constance y eso le excitaba más, haciendo que se lanzara con mayor vigor sobre la vagina entumecida. Constance se arrodillo al lado de Mr. D y Helena, abrió la boca a su mayor amplitud y llevó el pene a su interior, lo chupo y devolvió a la cavidad de Helena, dirigiendo el miembro con su mano le permitía penetrar una vez la vagina de Helena y una vez su propia boca, alternándose entre las dos mujeres.

Mr. D estaba a punto de estallar en un fuerte espasmo, pero se retiró antes que sucediera.  Levanto a Constance, y le pidió que se ubicara en cuatro sobre Helena, así, las vaginas de las dos mujeres quedaron a su merced.  Utilizó la humedad de su pene para suavizar sus manos, y así lubricar las dos vaginas, penetro primero a  Constance – quien se ubicó en la parte superior – y propiciaba hondos besos a Helena – Mr. D empezó a turnar sus penetraciones entre Helena y Constance, lanzando fuertes palmadas sobre la piel de sus amantes. Cada vez que el orgasmo se acercaba, se retiraba, y penetraba a la otra mujer. Las dos mujeres gemían, chupaban sus tetas, sus labios y volvían a gemir. Mr. D seguía empujando su miembro mientras ordenaba a Constance liberar a Helena.

Una vez libre la esclava, él se detuvo. Acostó a Constance boca arriba y pidió que helena se arrodillara detrás de ella, a la altura de su cabeza. Él se posó sobre Constance, fijando su pene entre las grandes tetas, apretándolas con sus manos mantenía el pene en posición y empezó a balancearse. El pene apenas asomaba cuando Mr. D penetraba aquellos grandes senos. Constance intentaba llegar al pene para lamerlo, mientras Helena, ayudaba con sus propias manos a mantener la firmeza de las tetas y besaba a Constance.

La escena no duro mucho, Mr. D llevaba un buen rato conteniéndose, ofreció unos últimos empellones, cuando el orgasmo fue expulsado en una firme tirilla de esperma que cayó sobre los rostros de Helena y Constance.

Mr. D acabado pero extasiado e hilarante, ordenó a Helena que besara a Constance, antes de caer a un lado de sus amantes agotado y consumido – has sido un excelente juguete Helena, ¡descansa! – dijo Mr. D, justo antes de permitirse ser vencido por el cansancio de la faena y dormirse.

Constance y Helena se observaron, también estaban exhaustas. Sus pieles enrojecidas, sudorosas y adornadas con el esperma de Mr. D lo evidenciaban, ¡sin embargo! sus corazones aun palpitaban con velocidad y tenían arrestos para continuar deseándose.

Helena se levantó y dirigió a la ducha – ¿Me acompañas Constance? – Ella asintió.

FIN…

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