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La Mano más Alta…

La Mano más Alta…

Mr. D se preparaba para reunirse con sus viejos amigos, habían quedado de encontrarse un buen número de ellos para jugar póker, apostar unas monedas, beber y por supuesto burlarse toda la noche el uno del otro. Su amistad estaba basada en el acoso, en medir la capacidad de cada uno para fastidiar a los demás y responder con mayor sagacidad las puyas y burlas del otro; así que la diversión siempre estaba asegurada.

Para esa noche habían invitado algunas personas adicionales que querían participar y aprender un poco de Póker. Ninguno era un experto, pero llevaban años fingiendo que lo sabían y que además podían enseñar a otros a jugarlo; de cualquier modo, el objetivo no era ganar –el objetivo era divertirse mientras derrotaban y humillaban a los demás. Los invitados no sabían eso ¡por supuesto!… ellos creían que sería una partida de Póker seria, donde alguno ganaría o perdería mucho dinero; pero lo único que estaba en juego era el orgullo y la dignidad –valores insignificantes entre sus viejos amigos.

Constance veía la televisión, canaleaba en busca de algo interesante o que simplemente le permitiera pasar el rato; estaba somnolienta, había sido un día largo y se encontraba agotada, pero luchaba por no cerrar sus ojos. Mr. D se acercó y le dio un beso en la mejilla cuando ya había sido vencida por los brazos de Morfeo – ¡Ya regreso, no tardo!… ¡Te amo! – y se alejó.

Al rato, se escucharon algunos ruidos en la sala –Constance se preguntaba que pasaba– Mr. D había salido, ¿habría regresado ya? -los ruidos se tornaban más fuertes y claros, oía música, vitoreo de pelea y el ambiente se sentía denso… ¿cigarrillo?, pero Mr. D no fuma – ¿Qué está ocurriendo? – Superó su sopor y se incorporó, camino lentamente y sin seguridad por el pasillo que le dirigía a la sala, el humo era más denso y la música más fuerte.

– ¡Está haciendo trampa!, ¿Cómo puede ganar siempre?, -escuchaba entre diferentes gritos.

Llegó a la sala y halló a Mr. D jugando Póker con todos sus amigos, conocía a la mayoría, pero había personas nuevas.

– ¿Qué haces aquí? -pensé que jugarían donde Gabriel- ¡de hecho!, ¿Dónde está Gabriel?

–Miró las caras que antes le parecían familiares con detenimiento y notó que ninguna de las personas presentes era con quien usualmente jugaba Mr. D, no estaban sus amigos de toda la vida. Sin embargo, encontró rostros conocidos –de otros espacios, otros ambientes– aquellos 2 eran de las fiestas eróticas que solían frecuentar (Mr. J y Mr. G); un antiguo compañero de trabajo (Mr. N) y 2 hombres más, su apariencia le parecía extraña, demasiado familiar, aunque estaba segura de no haberlos visto antes con su esposo.

Mr. D se apresuró a presentarlos con su amada –ellos son Mr. S y Mr. M– Te dije que unos amigos querían aprender a jugar Póker y que querían conocerte, ¿No? ¡Bueno!, son ellos.

Constance se encontraba confundida, pensó que su esposo saldría y que tendría toda la noche para descansar, los nuevos amigos de su esposo eran tan extraños, ¡pero tan atractivos! Mr. D nunca había tenido amigos tan guapos, todos eran excelentes personas, pero Constance nunca había visto a alguno que la hiciera sentir incomoda.

Todos la saludaron e invitaron a sentarse. Ella se negó, prefería volver al cuarto y arreglarse un poco, acababa de despertar y no quería presentarse desarreglada frente los invitados. Pidió disculpas y aseguró que enseguida volvería.

Siguieron jugando, su volumen de voz bajó y solo se escuchaban pequeños cuchicheos. Constance ya en el cuarto, se sentía incomoda, aun somnolienta y confusa, a pesar de haber descansado lo suficiente. Pensó que una ducha aclararía su mente y serviría para despertar y salir a divertirse con los demás. Se duchó y cambio, eligió una ropa cómoda pero sexy –quería lucir atractiva para Mr. D– sabia cuanto le gustaba usar ropa sugestiva delante de otras personas; y a ella también le gustaba, le ocasionaba placer encontrar que otros la miraran y desearan, ser el centro de atención. Eligió un conjunto de ropa interior roja con encaje, que lograba resaltar el blanco profundo de su piel, cubrió su cuerpo con un vestido de jean azul de botones frontales, los últimos 3 botones no los abrocho -permanecieron abiertos, permitiendo observar el profundo escote de sus senos, sostenido por el delicado encaje rojo del sostén. Las piernas las cubrió con un par de medias liguero-negras, casi transparentes. Cuando se sentará y cruzará sus piernas, se escaparían sus muslos y parte de su nalga –esperaba que los nuevos amigos de Mr. D lo notaran. Solo restaba maquillarse para estar lista y sentirse poderosa. Un poco de delineador negro sobre sus ojos verdes, y un labial rojo ocre intenso bastaban para completar aquella obra de arte.

Constance volvió con los muchachos, saludo nuevamente, ahora en un tono alegre, confiado y despreocupado. Pidió cerveza y se sentó a la mesa – ¡quiero jugar! -Dijo.

Le recordaron las reglas, la apuesta mínima y la apuesta máxima, le dieron sus fichas y reiniciaron el juego. Mr. D hacía las veces de casa y repartía las cartas, cada uno hacia su apuesta, algunos se retiraban y otros subían la apuesta.

Algo había cambiado, ya no había risas, o gritos – ¡solo jugaban! – al fin parecían estar concentrados en el juego – o eso parecía.  Era el turno de Constance, miraba hacia la mesa analizando las apuestas de los demás sin perder de vista sus cartas, no jugaba muy bien y no sabía cómo proceder –subió el rostro buscando respuestas en sus contrincantes– ¡todos la miraban atentamente, fijamente! -Se sonrojó y bajo la mirada de nuevo ¡No voy!… y arrojó las cartas a la mesa.

Las manos continuaban y el dinero cambiaba de propietario de cuanto en cuanto. El ambiente volvía a ser tranquilo y relajado, se escuchaban de nuevo risas, gritos, chistes y se servía cada vez más cerveza. Ya no importaba el juego o quien ganara, solo se divertían.

Mr. S se levantó para ir al baño, al regresar y destapar una nueva cerveza, silenció a todos y dijo que el juego se tornaba aburrido. – ¡A nadie le importa perder tan poco dinero! – se pierde la emoción – decía: -el póker es para apostar, pero apostar a lo grande, algo que importe, que cueste, para bien o para mal.

– ¿Qué propones entonces? Pregunto Mr. D.

– Metámos candela a esto –respondió Mr. S ¡Juguemos Strep Poker!

Todos guardaron silencio sin saber que responder –solo se escuchó una voz– la de Constance: ¡Siiiiii!, yo quiero – Luego se sobresaltó, no sabía porque lo había dicho, ¿lo había dicho en voz alta? –se avergonzó y bajo el rostro.

Mr. D intervino rápidamente: Si Constance quiere, yo jugare –igual casi siempre gano, ¿o les da miedo? –Todos se miraron y fruncieron el ceño, arquearon sus bocas y respondieron: ¡para nada! – ¡juguemos!

Constance recupero su ánimo, ya no se sentía avergonzada, todos querían jugar igual que ella. Primero debemos establecer las reglas –dijo– Ya las fichas no importan, solo las usaremos para saber quién gana y quien pierde cada mano. Todos los que pierdan la mano deben pagar con una prenda, excepto los que se retiren antes de tiempo, y quien gane la mano, puede pedir algo ¡cualquier cosa¡, y nadie podrá negarse. El juego termina hasta que solo quede una persona con algo de ropa y ese será el ganador.

– Nos jugaremos el honor, aseguró Mr. S -¡ahora si es interesante!- ¿empezamos?

Constance era la única mujer y llevaba pocas prendas. Se encontraba en seria desventaja, pero no le importaba, solo quería divertirse -sabía que los hombres sentirían vergüenza al tener que desnudarse frente otros y eso le daría una pequeña ventaja, además no le importaba quedar desnuda -no eran los amigos íntimos de Mr. D- la mayoría de los presentes ya la habían visto desnuda o semidesnuda en fotos o en eventos eróticos, así que no importaba. Mr. S y Mr. M eran los únicos que no la habían visto nunca, pero justo por ellos deseaba jugar aún más –quería ver su reacción-  desde que se había sentado a la mesa no le quitaban el ojo de encima y no había descifrado si ese comportamiento obsesivo la intimidaba o le agradaba.

Inició el juego, Mr. D repartió las primeras cartas, todos revisaban su juego con cuidado y algo de ansiedad, celosos de los ojos fisgones y espías de sus vecinos de silla. La mayoría retira sus cartas, tienen miedo de ser los primeros en perder una prenda. Se mantienen Mr. D, Constance y Mr. S –este último tiene un par de jotas– las arroja con desdén sobre la mesa, seguro de su victoria. Mr. D tiene dos pares, supera la mano y celebra su victoria. Sin embargo, Constance no ha destapado su mano y le pide a Mr. D que no se apresure, gira sus cartas y tiene un trió de 10 y un par de K –Es la mano más alta- ¡Gana!

Observa a los dos perdedores con picardía – ¿Qué esperan?, fuera ropa, ¡yo gané! -Mr. S la complace con soberbia en su mirada, pero al parecer complacido de haber perdido. Se retira los zapatos y lanza una amenaza a su verdugo: Tú no tienes tanta ropa como nosotros, lo note hace mucho tiempo – ¡ten cuidado! – ¿Cuál es tu petición ahora?

Constance se siente retada… si pierde unas 3 veces quedará casi desnuda y no podrá seguir jugando, ¡y quiere jugar! -Llega su solicitud: ¡ok!, yo tengo 4 prendas solamente: Mi vestido, las medias liguero –ya habrás notado también eso, ¿Verdad, Mr. S? –un sostén y mi tanga – ¡solo 4! –así que mi petición es que todos tengamos el mismo número de prendas, excepto ustedes dos: Mr. D y Mr. S, ustedes acaban de perder la primera, así que solo pueden mantener 3, es decir, su ropa interior y dos más: ¿Pantalón y camisa?, yo creo que sí. ¿Listo? –todos a quitarse sus prendas. Vamos a continuar con igualdad de condiciones.

Reinicio el juego en condiciones más favorables para Constance –ya no perdería su ropa tan rápido– o al menos contaría con las mismas probabilidades de los demás. La segunda mano fue obtenida por Mr. M –todos excepto Mr. D y Mr. S perdieron una prenda –Constance también debía retirarse una prenda– todos pensaron que se retiraría las medias, era la opción más obvia – sin embargo, metió su mano debajo del vestido, inclino su cuerpo hacia delante, casi debajo de la mesa, y cuando volvió a incorporarse tenía unas delicadas tangas rojas de encaje en sus manos -¡Tengo demasiado frió para quitarme las medias! –dijo– en cambio esto no me tapa nada y río.

Todos quedaron perplejos, pero celebraron su decisión con aplausos, gritos, vitoreos y un brindis. El brindis lo ofreció Mr. J: Brindemos por Constance y por Mr. D –a ella la deseamos y a él lo envidiamos– todos rieron a carcajadas, incluso Constance, quien se tomó a la ligera el brindis.

Iban a continuar la tercera mano, cuando Mr. M interrumpió: No he hecho mi petición – ¿me van a robar por ser hombre? –Claro que no, ¿Qué quieres? – Preguntó Constance. Quiero un baile tuyo para mí, replico Mr. M. Constance giro su cabeza hacia Mr. D buscando su aprobación. -Tu pusiste las reglas, hay que cumplirlas, afirmó Mr. D.

Constance se levantó de su silla, pidió a Mr. D que buscara una canción que pudiese bailar para la ocasión. Mr. D seleccionó la música más apropiada para aprovechar la sensualidad de su amada: “Movimiento de Caderas”, era un reguetón de hace algunos años que siempre había gustado a los dos. En cuanto comenzó la canción, Constance identifico el ritmo de inmediato y su cuerpo empezó a contonearse enérgicamente.

–Elegiste la canción perfecta amor, ¡nos encanta! –Añadió- mientras se acercaba lentamente a Mr. M fijando la mirada en la suya. Posó las manos sobre los hombros de Mr. M, como punto de equilibrio, mientras descendía una y otra vez todo su cuerpo, posando las nalgas en las piernas del hombre empotrado en su silla, y rozaba ligeramente los senos por el dorso de Mr. M. La música era muy sugestiva y el hombre deseaba posar sus manos sobre la cadera de Constance, pero cada vez que lo intentaba, ella retiraba las manos rápidamente golpeándolas y giraba su cuerpo, le miraba al rostro acercando mucho el suyo, y le indicaba con un ligero movimiento de sus dedos, que no lo hiciera más; y volvía ascender acercando cada vez más la boca y sus grandes tetas al rostro de Mr. M. Antes que la canción terminara, abandonó al ganador y autor intelectual de su baile, y se dirigió al resto de jugadores, bailándoles lentamente, sin dejar de observar con picardía a Mr. M. Al terminar la canción, todos aplaudieron y celebraron la habilidad de Constance para hacerse desear.

Comenzó la tercera mano. Las cartas no eran buenas para nadie, excepto para Mr. D quien parecía confiado. Todos optaron por intentar blufear a los demás, y se mantuvieron dentro del juego, pero el engaño duro poco y Mr. D fue el vencedor, todos debían perder una prenda.

Constance eligió despojarse de su sostén rojo, lo desabrocho y arrojo sobre el sofá sin complicaciones. Todos le miraban el escote de su vestido, deseando observar más allá de lo evidente e implorando que volviera a perder en el siguiente turno. Ya no les importaba quedar desnudos frente los otros hombres, solo esperaban verla a ella.

Para terminar la mano, Mr. D debía realizar su petición. Todos aguardaban impacientes, querían que el juego continuara de inmediato, sabían que Mr. D pediría algo para él, y eso no les beneficiaba en nada, así que solo pensaban en la siguiente apuesta.

Mr. D acalló a sus compañeros y expreso su solicitud: ¡Quiero que todos se pongan de pie y formen un círculo!

-Todos se miraban absortos sin comprender la situación y ninguno se movía. Mr. D insistió y él mismo empezó a moverlos y ubicarlos en un círculo en el centro de la sala. Cuando todos a pesar de su voluntad se encontraron en posición. Mr. D se aproximó a Constance, le tomo de la mano y la llevo al centro del circulo –¡Ahora! bésalos a todos, ¡uno por uno! – le ordenó.

Constance no titubeo -mientras los hombres aun intentaban comprender la petición de Mr. D, Constance se lanzó sobre el primero, eligió a Mr. S, lo beso lentamente, pero con pasión. El silencio reinaba, donde antes habitaban gritos y risas, ahora solo reinaba un silencio frágil, en cualquier momento podía ser vencido, todos parecían mantener la respiración, el único sonido perceptible era el de sus labios y lenguas consumiéndose, el del rose de sus ropas contra la piel húmeda y semidesnuda.

Cuando se hubo cansado de su primer besuqueo, avanzó hacia la derecha y se topó con Mr. N –era el más taciturno de todos y siempre la contemplaba-  le causaba curiosidad su silencio y se preguntaba si estaría cómodo; por ello inicio el beso con timidez, apenas un roce, casi como el primer beso de un adolescente. Mr. N abrió su boca tratando de alcanzarla, pero sus labios se separaron, aunque conectados por una tenue línea de saliva.

Constance sintió algo de dulzura mezclada con una tensa carga de pasión que le estremeció, percibió el fuerte deseo que parecía sentir Mr. N por ella, -mordió su propio labio inferior mientras se recuperaba del temblor que había ocasionado ese corto beso y arremetió contra Mr. N ávida de su deseo. El beso era lento, metódico, ninguna comisura o franja de los labios era ignorada.

El tiempo trascurría lento para todos los espectadores y para aquellos sumidos en el placer absorto de su exaltación, el tiempo se había detenido, no existía nadie a su alrededor, una burbuja les había atrapado en una ensoñación íntima y delirante; solo la ausencia de aliento les hizo volver en sí. Para cuando el beso había terminado, todos los espectadores se habían alejado, estaban sentados en la sala o habían acudido a la cocina por más cerveza. Sólo permanecía a su lado Mr. D.

Constance desconoció su semblante, ¿estaba a gusto o enfadado?, su rostro estaba completamente desencajado. Parecía no entender la razón por la cual su amante había perdido la noción del tiempo y… no comprender, no saber, ¡siempre le causaba hastío!

Constance por su lado, apenas había vuelto a tener consciencia y solo notaba la marcada aceleración de su corazón y la fuerte humedad y palpitación de su entrepierna.

Se acercó a Mr. D para asegurarse que todo estuviera bien, cuando llegó cerca de su oído, Mr. D la detuvo sujetándola de un brazo con un poco de rudeza, se acercó a su rostro y le dijo: antes que acabe la noche quiero verte follar con Mr. N, tú y él, ¡nadie más!

La zozobra de Constance ceso y tornó nuevamente en excitación. ¡Como tú quieras! -respondió y se alejó tras clavar su lengua en la boca de Mr. D.

Constance llamó a todos los jugadores a la mesa y pidió que se reiniciara el juego, estaba ansiosa por acabar y saber que sucedería.

La cuarta mano fue obtenida por Mr. J, todos perdieron una prenda, excepto Constance quien se retiró a tiempo. La petición de Mr. J no tardó en llegar: ¡Quiero 5 minutos a solas con Constance!

Todos voltearon a mirar a Mr. D en busca de su reacción. Una vez más dijo: ¡reglas son reglas, yo no detendré nada!

Constance se levantó, tomó de la mano a Mr. J y le llevó al cuarto donde cada noche dormía y reinventaba el amor junto a Mr. D. Sabía que ese atrevimiento le irritaría, y eso solo significaba una cosa para los dos: ¡más excitación!

Ingresaron al cuarto y cerró la puerta con cerrojo. Mr. D y un par más de sus amigos le siguieron hasta el portal, esperando escuchar lo que ocurriría tras la puerta de madera.

La música fuerte impedía saber que pasaba, transcurrido un minuto, algunos gemidos empezaron a percibirse, primero fueron ligeros y bastante agudos, pero poco a poco empezaron a ir en crescendo, se tornaban más graves y severos, acompañados de bufidos y una respiración cada vez más agitada.

Pidieron bajar el sonido de la música y escucharon como una piel chocaba contra la otra con fuerza y desdén, a cada golpe de tambor le seguían los gemidos delirantes de Constance. Nadie sabía con exactitud que pose o cosa hacían, pero sabían con seguridad que Mr. J había logrado, lo que todos deseaban desde que Constance se había despertado: ¡poseerla!, y lo había logrado a solas. – ¿Qué mejor manera de aprovechar su mano?

Los 5 minutos se agotaron y Mr. D llamó a la puerta. Tardaron un minuto más en abrir y aparecer ante el portal. Constance apareció despeinada y acalorada; mientras Mr. J situaba el cinturón del pantalón en su lugar. Al salir Constance beso a Mr. D y se dirigió hacia la sala. ¿Continuamos?… -Preguntó.

Mr. D lanzó las cartas nuevamente -esperaba que el juego concluyera pronto.

Mr. D obtiene la mano ganadora e inmediatamente solicita que todos los perdedores abandonen una prenda más, todos los hombres resultan casi desnudos; Constance también lo estaría, de no ser por las medias negras de liguero que adornan sus piernas.

Mr. D pidió a todos los jugadores que se ubicaran de pie al lado de Constance y que durante los próximos 10 minutos le tocaran y besaran como desearan.

Los asistentes no tardaron esta vez en ubicarse alrededor de Constance, ninguno quería ser ignorado. Constance los observaba con ansiedad y un poco de temor. Desconocía que ocurriría, hasta donde se atreverían con ella, y sobre todo… ¿Hasta dónde llegarían sus propios impulsos?

Mr. S fue el primero en acercarse, la tomó por la cintura y besó vorazmente, mientras tanto, Mr. M le rodeo con los brazos, fijando su pecho en la espalda del trofeo que todos esperaban alcanzar esa noche; aquellos brazos iniciaron acariciando los abundantes pechos de Constance, las suaves caricias se tornaron en fuertes estrujones, la carne de los senos se escapaba entre los dedos de Mr. M, eran demasiado grandes para contenerlos, a pesar de sus grandes y robustas manos

–¡alguien más se acercó!, era Mr. D –se aproximó al trió en formación, llevaba una pequeña botella en sus manos, la cual vertió completamente sobre el cuerpo casi desnudo de Constance, el aceite cubrió rápidamente su piel fría y tensa, las manos de Mr. S y Mr. M esparcieron el líquido rápidamente a donde no llegaba con naturalidad; las manos aceitadas resbalaron bajo las mamas, y descendieron rápidamente hasta encontrarse en el centro de gravedad del cuerpo palpitante de Constance; las 4 manos de alguna forma encontraban la manera de habitar al tiempo las 3 cavidades de Constance.

Cada mano, cada dedo, se empapaba en aceite y en los delicados jugos de Constance, el almizcle resultante era irresistible para los amantes, un elixir para sus sentidos, ingresaron una vez más en las entrañas de aquella divina ofrenda que yacía entre sus brazos, deseaban excavar lo más profundo que pudieran y así extraer hasta la última reserva del lujoso néctar. Al retornar de su exploración, los dedos escurrían varias filigranas blanquecinas. Constance festeja su propio olor, su propio sabor, toma las manos de sus amantes y las lleva con prisa a su boca, primero las lame desde la base hasta la punta de cada dedo, y luego, introduce los 3 dedos centrales de la mano hasta la base de su garganta, arquea un poco su cuello, pero mantiene la mano adentro. Les ha robado cada gota a sus esmerados mineros, y ahora -el licor-, es nuevamente suyo.

Los demás espectadores no desean serlo más, y entran en escena. Se aproximan a Constance, cada uno posa sus manos o labios sobre la piel aceitosa y ardiente.

Mr. D se mantiene a raya, disfrutando del poder lujurioso de su concubina. Así que la rodean 10 manos, 5 bocas y 5 erectos miembros hambrientos. El amasijo de manos, brazos y labios le enloquecen, ninguna parte de su cuerpo es ignorada; mientras alguno le besa con ternura el cuello o la espalda, otro arremete con mordiscos y arañazos su trasero, uno más lame y estruja con firmeza sus envidiables tetas; alguno más atrevido ya ha posado su lengua entre sus piernas y bebe con codicia de esa sublime fuente.

Constance se estremece, su piel arde, ¡pero tiembla!, sus piernas tambalean, no cree poder soportarlo más. Es demasiado placer, no puede controlarlo, no puede medirlo, no logra saber que disfruta más, si las caricias y besos de cada uno de esos 5 hombres que la desean o la mirada fija de su esposo, deseándola desde la distancia con el pene erguido entre las manos.

Siente que se desvanece, que esta fuera de sí, el exceso de goce se apodera de ella, ¡pero no quiere ser solo un sujeto de deseo!, no quiere ser un cuerpo controlado y usado por ellos. Desea retomar el control, ¡y lo hace!

-Se libera con rudeza de quienes hasta ahora han sido sus comensales, alimentándose de su carne. Los aparta y desciende. Ahora es ella quien pretende alimentarse y devorarlos.

Todos forman un círculo inmediatamente, pero ella los separa nuevamente, hay un espectador que debe observar el festín y ella lo sabe.

Constance engulle uno a uno los miembros palpitantes, los saborea, les inunda en su saliva para tragarlos con destreza, mientras se ocupa de alguno, sus manos sujetan alguno otro, preparándole para ser consumido. No desea malgastar carne flácida, solo aquella que vibre entre sus labios y palpite en su garganta, mientras no deja de ver ni un segundo la expresión absorta de Mr. D.

Con cada nueva verga que traga, mas lagrimas asoman sobre su rostro y se deslizan sobre las mejillas, llevando consigo un rastrillo de aquel maquillaje negro con el que había adornado sus brillantes ojos verdes.

Han pasado algunos minutos, y siente que de nuevo tiene el control. Nuevamente todo el auditorio le pertenece. Son sus amantes quienes intentan poseerla, pero – ¡es ella! quien les gobierna.

Se siente satisfecha, se levanta, limpia el exceso de saliva de su cara y pregunta si ha concluido el tiempo.

Mr. D reacciona, observa su reloj y nota que ha perdido la noción del tiempo.

-Han pasado 15 minutos. La prueba ha concluido y todos están ansiosos por la siguiente jugada. Solo queda una mano y es hora de jugarla.

Todos se sientan a la mesa, algunos ya están desnudos y los demás mantienen únicamente un bóxer a la altura de las rodillas. Constance aún posee las media liguero.

Mr. D lanza las cartas por última vez, poco importa quien gane. A esta altura, a nadie le interesa, solo desean saber cómo terminara la noche. Habían ido para aprender a jugar póker, y se encontraban en medio de una fantasía difícil de creer real.

Todos destapan sus cartas, y Constance posee la mano más alta, ¡Ha ganado!, ahora todos quedaran desnudos. No hace falta que lo solicite, todos retiran la prenda restante y están listos, no solo porque están desnudos, sino porque sus miembros aún permanecen en posición.

La sala queda en silencio, esperando las órdenes y deseos de su diva. Constance dirige su mirada a Mr. D y luego les observa a todos, guarda silencio unos segundos más y expresa su último deseo:

  • Llévenme al cuarto, despójenme de la ropa que me resta y tómenme todos y cada uno de ustedes.

Dos de ellos se aproximan rápidamente a Constance y la alzan con facilidad, la llevan al cuarto y la sitúan delicadamente sobre la cama, todos los demás les siguen por el pasillo. Ella se encuentra acostada sobre el lecho, mientras sus amantes la rodean y aproximan lentamente, el último en entrar al cuarto es Mr. D, quien cierra la puerta.

Pasan unos minutos, y Constance oye ruidos en la puerta de la casa. Se sobresalta y asusta.

  • ¡Ya llegué!… grita alguien desde la puerta principal, camina hacia la habitación e ingresa.
  • ¿Te desperté?, Pregunta Mr. D, me he tardado un poco más de lo esperado. – ¿Dormiste bien?

 

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Fotografias: Mauricio Escruceria